Hoy tuve la suerte de, con un grupo de amigos y compañeros de trabajo, visitar las cuevas de Lanz, en Navarra. Estas cuevas son el mejor ejemplo de la minería romana que tenemos en Navarra. Son una serie de cuevas naturales que han sido ampliadas con galerías artificiales que fueron abiertas para aprovechar las vetas de mineral. Destaca la importancia de los aragonitos y de la vetas de cobre azuladas. Son una maravilla, debido a la policromía que nos enseñan.
El objeto del viaje era entrar a las entrañas de la tierra en esa cueva, hoy reserva natural protegida. Carlos, compañero nuestro, murió de cáncer de pulmón en 2008, y él era el máximo responsable de las cuevas en nuestra comunidad. Por eso, el mejor recuerdo para él, seguro ha sido que bajásemos a uno de sus sitios favoritos, y allí abajo, en silencio, a 100 metros de profundidad, apagados los focos y las luces, escudriñásemos lo que nos dictaba nuestro corazón.
La experiencia ha sido fabulosa en todos los sentidos.
Las cuevas constituyen un patrimonio de todos, un tesoro geológico que nos ha legado la Naturaleza y que, por tanto, tenemos la obligación de respetar y dejar intocado. ¿Qué derecho tenemos a destrozar en cinco minutos una estalactita que los elementos naturales han tardado millones de años en esculpir?.
Duele en lo más hondo visitar una cueva y comprobar por un lado las maravillas naturales, pero por otro las masacres perpetradas por depredadores de nula conciencia ecológica, que han llegado a arrasar verdaderos bosques de columnas de estalactitas y estalacmitas. Por eso, no hay más remedio como en este caso, que cerrar las cuevas, y que la entrada sea controlada hasta que seamos más civilizados y sepamos respetar lo que la naturaleza nos da.
Jabo. (para Carlos, desde muy adentro).
El objeto del viaje era entrar a las entrañas de la tierra en esa cueva, hoy reserva natural protegida. Carlos, compañero nuestro, murió de cáncer de pulmón en 2008, y él era el máximo responsable de las cuevas en nuestra comunidad. Por eso, el mejor recuerdo para él, seguro ha sido que bajásemos a uno de sus sitios favoritos, y allí abajo, en silencio, a 100 metros de profundidad, apagados los focos y las luces, escudriñásemos lo que nos dictaba nuestro corazón.
La experiencia ha sido fabulosa en todos los sentidos.
Las cuevas constituyen un patrimonio de todos, un tesoro geológico que nos ha legado la Naturaleza y que, por tanto, tenemos la obligación de respetar y dejar intocado. ¿Qué derecho tenemos a destrozar en cinco minutos una estalactita que los elementos naturales han tardado millones de años en esculpir?.
Duele en lo más hondo visitar una cueva y comprobar por un lado las maravillas naturales, pero por otro las masacres perpetradas por depredadores de nula conciencia ecológica, que han llegado a arrasar verdaderos bosques de columnas de estalactitas y estalacmitas. Por eso, no hay más remedio como en este caso, que cerrar las cuevas, y que la entrada sea controlada hasta que seamos más civilizados y sepamos respetar lo que la naturaleza nos da.
Jabo. (para Carlos, desde muy adentro).
4 comentarios:
Muy bonito, tanto las fotos, como lo que cuentas, y yo me uno a ti en ese silencio hacia Carlos.
Hola Lidia. me alegra que te guste. A ver si te pasas por este huequito de vez en cuando a visitarme. Me encantó tu escrito sobre agradecimientos....Jabo
Hermoso homenaje para un amigo. Estas cosas nos hacen bien, ¿ no es así?... el silencio, la reflexión y el encuentro de innumerables sentimientos.
Saludos.
Muchas Gracias Total
Hola Chuquis: la experiencia fue inigualable. Allá abajo, recordándolo y sintiéndolo al lado. Hasta podíamos oir los latidos...
Gracias por pasar y estar en ésta, vuestra casa. Yo también espero seguir riéndome mucho con vosotros en vuestro magnifico blog. Jabo
Publicar un comentario