

Hoy contamos con el Testimonio+++ de mi amiga peruana, soñadora, quien nos cuenta su experiencia vital basándose sobre todo en su estrecha relacióncon su hermana Cristi, alguien fundamental en su vida. Su mensaje se escucha alto y claro, es ahora cuando hay que vivir.
Cuando vienen a mi memoria recuerdos de mi infancia, suelen ser en blanco y negro. Sin embargo, cuando aparece en ellos mi hermana Cristi se tiñen automáticamente de color.
Ella era trece años mayor que yo y crecimos con mis abuelos paternos pues mis padres vivían con muchos problemas económicos y emocionales y mis abuelos consideraron que sería mejor para nosotros tener estabilidad.
Siempre me he cuestionado si fue lo mejor pues en el fondo de mi corazón añoraba vivir con mis papás, y sentía cierta envidia al oír a mis compañeras de colegio contar anécdotas de sus padres.
Todo esto condujo a que mi hermana me “adoptara”, hasta el punto de repetir un año de colegio por dedicarse a mí, y siempre trataba de incluirme en sus paseos y salidas. Por supuesto que ella pasó a ser para mí otra mamá, a la cual yo admiraba y prácticamente idolatraba. Desde mi punto de vista todo lo de ella era lo más lindo, lo mejor, lo más alegre; su música, su ropa, su trabajo, salir con ella de compras, su relación de noviazgo, todo lo admiraba yo y me llenaba de ilusión.
Cuando yo tenía 10 años la magia se quebró, pues su novio que era suizo, debía volver a su patria ya que su contrato de trabajo había vencido, y le propuso a mi hermana viajar a darle el alcance en Suiza para casarse, y así lo hicieron, aunque sé que tomar esa decisión fue sumamente difícil para ella, pero su futuro y felicidad estaban en juego.
En esa época mi abuelo ya había fallecido y mi abuelita era muy mayor por lo que luego de largas conversaciones entre mis padres, mi hermana y mi abuela acordaron que lo mejor para todos sería irnos a vivir juntos y así sucedió.
La ilusión que me hacía vivir con mis padres compensó en gran manera la ausencia de mi hermana, aunque en esa época extensas cartas surcaban el océano de ida y vuelta. Todas mis dudas propias de la edad fueron dirigidas hacia ella de puño y letra, quien con mucha paciencia y amor siempre tuvo la respuesta oportuna.
Finalizada mi etapa escolar y a petición de ella, entré a un instituto a estudiar alemán, pues había surgido la idea de que yo viajara a vivir con ella a Suiza. Empecé con mucho entusiasmo mi aprendizaje del alemán, pero las cosas no salen siempre como uno se imagina, y la vida tiene sus sorpresas y vericuetos en el camino.
Me enamoré de un compañero del alemán, quien luego se convertiría en el amor de mi vida y padre de mis hijos y me quedé en Lima.
En todo este tiempo transcurrido fallecieron mi abuelita y luego mi padre y al poco tiempo de casarme falleció también mi mami por lo que mi familia pasó a ser el eje casi exclusivo de mi vida, y por supuesto mi hermana seguía ahí siempre para mí.
Las cartas se vieron reemplazadas por el teléfono y más adelante complementadas por el Internet. Mi sueño pendiente de visitarla se fue aplazando, pero siempre estuvo ahí pues eran muchas las cosas que quería preguntarle, cosas de mis padres, de mi familia, pero era casi un sueño pensar en viajar a Europa, más aún para una familia joven que recién se abría camino por la vida.
Los años transcurrieron, en una oportunidad vino ella de visita por unos días, pero ella de niña había sufrido de polio y se le hacía difícil el viaje tan largo, se cansaba, por lo que no pudo volver a venir.
Mis hijos estudiaron acá en el colegio alemán, crecieron y uno de ellos decidió irse a estudiar a Alemania. Esto reabrió las puertas a la posibilidad de que yo algún día vaya de visita.
Nuevos planes empezaron a surgir entre mi hermana y yo, imaginamos juntas las largas conversaciones que tendríamos cuando yo pudiera viajar hacia allá, miraríamos fotos, nos contaríamos todo; pero el tiempo seguía transcurriendo.
Luego todo se ensombreció, una llamada de ella, su voz sin el brillo habitual, la noticia: le habían detectado cáncer al esófago, estaban evaluando qué tratamiento sería el mejor para ella pues debido a los estragos de la polio la operación quedaba descartada. Y empezaron los tratamientos, las quimioterapias alternadas con las radioterapias, la depresión, el debilitamiento, no podía pasar alimentos.
Siempre nuestras conversaciones telefónicas, yo optimista tratando de subirle el ánimo, pensando en lo mucho que me hubiese gustado estar ahí con ella, pero “aún no se puede”. Pasó un año y lograron vencer al cáncer, sin embargo ella aún vivía triste, lo podía sentir en su voz y en sus palabras. Tenía miedo de que la enfermedad volviera y yo trataba de convencerla de lo contrario….
Un año más, ella preocupada por su cita con el oncólogo para ver qué había sucedido en el transcurso de los últimos meses, yo esperando ansiosa la llamada, y las noticias fueron excelentes, no había rastro del cáncer. Nuevamente brillo en su voz, podía imaginar su mirada feliz, esa fue la última vez que hablamos.
Cuando volví a llamarla por su cumpleaños dos semanas después lo supe, había salido a celebrar la buena noticia con su familia y había sufrido una caída, se fracturó la cadera, la tuvieron que operar, su cuerpo no resistió bien la operación por los estragos de la polio y estaba en coma. Su esposo y su hija no sabían como darme la noticia, tenían la esperanza de que ella se recuperase y evitarme así el mal rato pero las cosas no sucedieron así, tres semanas después del accidente falleció….
La noticia me cayó como un balde de agua fría, no podía creerlo, debe ser un mal sueño me repetía a mi misma, pero no, no era un sueño, y fueron pasando los días y tuve que aceptarlo. No tendríamos ya ese encuentro esperado, no habrían las largas conversaciones ni podría yo hacerle todas las preguntas que tenía acumuladas en el alma.
De esto han transcurrido dos años y medio y hasta hace poco cada vez que algún suceso importante me ocurría pensaba “tengo que llamar a Cristi”, ahora ya no, ya acepté que Cristi ya no está, pero aún hoy cuando escribo esto los ojos se mi inundan.
Estos acontecimientos que llevaron a comprender que la vida es efímera, que la muerte no pide permiso ni avisa, que cuando queremos realizar algo, es AHORA el momento, no después.
Este año viajé a Alemania a visitar a mi hijo y pude encontrarme con la hija de Cristi, el abrazo que nos dimos duró una eternidad, y pese a nuestras diferencias idiomáticas el lenguaje del amor primó. Conversamos mucho, me contó detalles de la vida cotidiana de Cristi y me dijo lo mucho que ella hablaba de “su hermanita”. Al despedirnos me comentó sorprendida que mis gestos y muchas de las cosas que yo le decía eran iguales a los de ella y saber esto me llenó de alegría.
Es verdad que no pudimos tener nuestro encuentro anhelado, pero sé que una parte de ella está en mí y la lección que me dejó su partida la recuerdo cada día……. “Es Ahora cuando hay que Vivir”.
Soñadora